En 1937, la escritora Virginia Woolf manifestó que la
dificultad a la que se enfrentaba en ese momento era la de “cómo encontrar un
público”. Y es que, a lo largo de su vida, la autora nunca se imaginó el
alcance actual de su popularidad. La británica es hoy en día un icono, un icono
del feminismo, del pensamiento y de la literatura. Sus citas inundan las redes
sociales, su figura ha sido llevada a la gran pantalla y su imagen lánguida
ilustra bolsas de tela para amantes literarios. Sin embargo, ¿es entendida como
realmente fue? ¿Hace justicia a su compleja figura la idea extendida sobre ella
y tan vinculada a la enfermedad mental y al posterior suicidio? Estas son
algunas de las ideas sobre las que ha trabajado Lyndall Gordon en Virginia
Woolf. Vida de una escritora, una de las apuestas más interesantes de los
últimos tiempos sobre la autora de Al faro, y editada por Gatopardo.
Pasada la II Guerra Mundial, en una época en la que Europa
estaba dominada por dictadores, Virginia Woolf (1882-1941) adquirió la
apariencia de “una distinguida autora un poco chiflada, sin contacto con el
mundo brutal de la política. Y así fue como se forjó el mito de una delicada
esteta, alejada del mundo real, la imagen desfavorable que difundieron algunos
críticos de los años treinta”, escribe Gordon, responsable, entre otras, de
biografías de personajes como Charlotte Brontë, T.S. Elliot, Mary Wollstonecraft
-más conocida como Mary Shelley, ‘madre’ de Frankenstein-, y Emily Dickinson.
¡Por Dios! -protestó la escritora Doris Lessing-, esa mujer disfrutaba de la vida cuando no estaba enferma; le gustaban las fiestas, sus amigos, los pícnics, las excursiones, las caminatas. Cómo nos gustan las víctimas femeninas; oh, cómo llegan a gustarnos.
¿Ocurriría lo mismo si fuera un hombre?
Es bastante representativo que en la nota de la autora, al
comienzo del libro, tengamos que leer que ha escrito esta historia “sobre cómo
una escritora logró sobreponerse a las tragedias familiares y a la enfermedad
para contrarrestar la línea argumental de fatalidad y muerte que a menudo se
les asigna a las vidas de las mujeres”. En pleno siglo XXI hay que seguir aclarando
esto, porque hablamos de mujeres. ¿Ocurriría lo mismo si fuera un hombre del
que se hablase? cabe preguntarse.
Una andariega entusiasta, una investigadora infatigable, una
rebelde ante el poder, provista de aguijones. Así se veía Virginia Woolf. ¿Cómo
la percibe gran parte del público? Lyndall Gordon expone en esta obra que, a
pesar de que la reputación de la autora no ha hecho más que acrecentarse con el
paso de los años, se ha producido “una curiosa insistencia” en reducir su vida
a las tribulaciones de la enfermedad mental y el suicidio, una tendencia
evidente sobre todo en las obras de teatro y en el cine (quién no recuerda a
Nicole Kidman en la aplaudida interpretación de Las horas).
Por desgracia, el de Virginia Woolf no es el único caso. La
decadencia mental de Iris Murdoch, la ambición poética de Sylvia Plath, lo poco
que tenía que ver Charlotte Brontë con lo que ‘se esperaba’ de una dama del
siglo XIX. Ha existido una persistente tendencia a juzgar a las mujeres por sus
defectos. Los fallos de los hombres, en cambio, se perciben de modo distinto y
se consideran secundarios respecto a sus rutilantes reputaciones, denuncia
Gordon en esta biografía.
Hacia la verdadera Virginia Woolf
Lejos de esa leyenda de frágil autora se hallaba la
verdadera Virginia. La profesional tenaz, la investigadora infatigable. Este
libro es la crónica del tiempo de vida y las circunstancias de esa mujer.
Soy una mujer cuando escribo, dijo Virginia en 1929. En los
años veinte había desarrollado su voz como escritora, punteada por el silencio
y la comicidad, pero elevándose siempre como una ola que avanza.
Una vida es, también, un recorrido por la gente con la que
nos cruzamos. La vida de Virginia Woolf estuvo marcada por interesantes
encuentros y por haber vivido un momento histórico complejo y determinante.
Mención especial merece la relación de la escritora con sus
familiares cercanos, especialmente su padre, Leslie Stephen, su primer y más
duradero modelo intelectual, y a quien consideraba un ejemplo de la mente
analítica de Cambridge. Él moldeó sus gustos, sobre todo su interés por las
biografías, e influyó en su carácter audaz e intransigente, así como en su
pasión por las caminatas (se dice que su padre andaba cuarenta kilómetros al
día y que había recorrido a pie todo el país).
Igualmente, antes de casarse con Leonard Woolf en 1912, la
biografía se detiene en otra de las personas fundamentales en su vida, Clive
Bell, esposo de su hermana, y quien fue el primero en tomar en serio sus
escritos. Representó un consejero ideal para una joven intensamente modesta que
necesitaba, por encima de todo, reconocimiento. Ni siquiera tiempo después, a
su marido, le enseñaría sus textos a medio escribir.
Quizás su mayor problema para ser una escritora fue superar su modestia, el temor a exponerse en público (…). En los largos años de esta larga etapa transicional, Clive Bell actuó como un catalizador esencial, puesto que le dio confianza, como mujer y como artista, para independizarse de las normas establecidas.
El matrimonio con Leonard Woolf
El vínculo con su hermana Vanessa (su guía hacia la
libertad), el grupo de Bloomsbury y, naturalmente, su relación con Leonard
Woolf, por quien dejó de ser Virginia Stephens para llamarse tal y como la
conocemos hoy, también están muy presentes en la obra.
Sobre su decisión de casarse, Lyndall Gordon ahonda en qué
supuso en su carrera literaria esa unión, y si afectó a sus pensamientos y
valores. ¿Por qué se casó con Leonard y no con otros pretendientes que tuvo?
Los dos queremos que el matrimonio sea una cosa tremendamente viva, siempre ardiente, no estéril y fácil como la mayoría de los matrimonios. Exigimos mucho de la vida, ¿verdad? Quizá lo consigamos; en este caso, ¡sería magnífico!
En marzo de 1912, cuando se prometieron, Virginia bromeó con
que iba a casarse “con un judío que no tiene un céntimo”. El libro demuestra la
fuerte conexión intelectual y personal que surgió entre ambos y que los mantuvo
unidos, a pesar de los altibajos, hasta el final de la vida de la escritora.
Narrada con precisión y sin desviarse de la tesis inicial,
Virginia Woolf. Vida de una escritora es una apuesta que aborda mucho más que
su conocida enfermedad mental y su posterior suicidio. Una apuesta por la
complejidad que una mente como la suya merece.
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