viernes, 20 de abril de 2018

Óperas primas interesantes: 'Un invierno en Sokcho'

Hay novelas que ganan por su brevedad; en literatura, como en muchas otras cosas en la vida, menos es más. Parece que vivimos en una época de 'libros al peso', donde el valor de una obra se mide en función de si pasa de las quinientas páginas o no.

También hay una costumbre de menospreciar las óperas primas. A pesar de que, por lo general, suelen tener carencias o son incluso pretenciosas, pero la mayoría dejan entrever los cimientos narrativos de los autores y las sendas por las que avanzarán sus futuras obras. 

El caso de Élisa Shua Dusapin (Corrèze, Francia, 1992) es uno de ellos. Poco sabía de esta jovencísima autora de madre surcoreana y padre francés, que con su primera novela, Un invierno en Sokcho, fue galardonada con el Premio Robert Walser y con el Premio Revelación de la SGDL.  Tampoco en España su nombre se había difundido mucho, pero con apenas 124 páginas, esta breve novela, con traducción de Alicia Martorell, fue una de las apuestas de Alianza el pasado otoño.

El arte de la contención

Escrita con un lenguaje austero, sin artificios, basado en la frase corta y en la contención,  Élisa Shua Dusapin traslada al lector a Sokcho, una pequeña ciudad portuaria a sesenta kilómetros de Corea del Norte donde el tiempo invernal parece haberse instalado en sus habitantes. El escaso ritmo de la narración es un símil del letargo en el que habitan todos:
“Aquí las playas esperan el fin de una guerra que dura desde hace tanto tiempo que acabamos imaginando que ya no está, así que construimos hoteles, ponemos guirnaldas, pero todo es falso, como una cuerda tendida entre dos acantilados que se deshilacha: caminamos por ella como funambulistas sin saber nunca cuándo se va a romper, vivimos en un intervalo, ¡y este invierno que nunca termina!” 
La vida fluye en las playas de Sokho durante el verano, pero en la estación más fría del año quien se introduce en sus calles bien parece hacerlo por error. Sin embargo, a la pensión donde trabaja la protagonista de la historia, una joven que ha estudiado literatura francesa y coreana y fantasea con conocer Europa, llega un día un dibujante de cómics galo. De algún modo que ella no sabe explicar, siente una extraña fascinación por un extraño con el que no tiene nada en común.
Una delicada sensualidad recorre esta breve historia, llena de olores y sabores de un lugar que a veces parece irreal. Como ocurre en muchas otras historias, lo importante aquí no es lo que se cuenta, sino la forma en que se narra; hay una elegancia en sus frases cortas, en los pequeños detalles y en la austeridad con la que avanza la trama, que uno no asociaría, a priori, con una escritora de 25 años.
En Francia, la crítica ha dicho que el libro “no tiene una palabra de más”, otro de los aciertos de la ópera prima de Élisa Shua Dusapin, una autora que parece haber llegado al panorama literario para quedarse.
“La pensión, coagulada por el frío, no me daba demasiado trabajo. Tras lavar los platos del desayuno, me quedé cerca de Park en la recepción. Estaba mirando la televisión. Protegida de su mirada, recorrí en los periódicos la lista de plazas vacantes en Sokcho. Contramaestre de astillero, marino, submarinista, paseador de perros. En internet leí resúmenes de las historias de Kerrand que me llevaron a Egipto, Perú, el Tíbet, Italia, junto con su protagonista. Estudié el precio de los billetes de avión hacia Francia, calculé cuánto tiempo tendría que trabajar aquí antes de poder marcharme, aunque sabía que no lo haría”.



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