“Uno
nunca deja de sorprenderse del abismo que le separa de quien más conoce”. Lo
dice Endre Solberg, protagonista de La
oscuridad, nueva novela de Ignacio Ferrando. Esta frase tan potente, tan
cierta y, por ello, tan peligrosa, bien podría resumir el argumento del trabajo
con el que el escritor asturiano regresa a las librerías. Un regreso muy dulce,
porque su último texto, La piel de los extraños, del que ya hablé aquí en su
momento, recibió no solo excelentes críticas, sino el Premio Setenil al mejor
libro de relatos publicado ese año.
En
La oscuridad, publicado por la
editorial palentina Menoscuarto, Ignacio Ferrando nos regala un intenso relato
psicológico con una atmósfera densa y agobiante, y un arranque con toques de
novela negra. En el libro, los lectores que ya conocen su narrativa se
encontrarán de nuevo con muchas de sus obsesiones literarias: la identidad, lo real y lo falso, la
imposibilidad de conocer al otro –por muy cercano que nos resulte– y las
relaciones de pareja como una metáfora del comportamiento en sociedad. Me decía el escritor en una entrevista pasada,
que para él la identidad es, “además de lo que somos, lo que los otros dicen
que somos”. Por eso en sus historias, las relaciones de pareja funcionan como un
efectivo bisturí para diseccionar los comportamientos de los personajes, sus
zonas luminosas y las oscuras, aquellas que esconderían hasta de sí mismos.
Porque La oscuridad arranca cuando todo se desmorona en la vida de Endre
Solberg, un director de cine experimental que acaba de perder a su mujer, Liv,
en lo que parece ser un suicidio. En pleno invierno ártico, la pequeña
población noruega en la que reside Endre parece ser un lugar apacible, donde
nada escapa de la rutina habitual. Sin embargo, cuando regresa a su casa tras
el velatorio, encuentra a Liv viva en el salón, esperándolo, como si nada
hubiera sucedido y la vida siguiera su curso.
<<Las
cosas se simplificarían si tuviera la piel cetrina, apergaminada, si su vestido
fuera de sarga o de tela de saco, o si aullara y arrastrara tras de sí cadenas
y grilletes, es decir, si fuera un fantasma al uso, convencional, justificado
por mi ridícula necesidad de que ella siga viva (…) Pero sé que los fantasmas
solo regresan para complicarnos la vida, para recordarnos que no hicimos algo
bien, que les fallamos, que somos parcialmente culpables de su
existencia>>.
Desde el primer capítulo, la incertidumbre y
la tensión están servidas. ¿Quién es esa mujer que dice ser Liv y que
físicamente es igual que ella? ¿Es una loca? ¿Es una broma pesada? ¿Una lógica
pero angustiosa alucinación de un marido que empieza a afrontar el duelo? Las
preguntas, las hipótesis y las suposiciones forman parte de este ingenioso
juego creado por Ignacio Ferrando. Más
allá de la lectura en clave de thriller, por todo el libro sobrevuela el tema
de la identidad y la forma en que
nos comportamos de cara al exterior: ¿Quién era realmente Liv? ¿La conocía
Endre, su propio marido y con quien pasaba su vida? ¿Qué clase de matrimonio
eran o daban a entender que eran?
<<¿Te
das cuenta?, pienso, tú y yo como evasivas de nosotros mismos. Ambos fingiendo
ser quienes no somos. Acaso nada haya cambiado entre nosotros, acaso siempre
interpretamos otros papeles, acaso, sin saberlo, somos esclavos de lo que otros
esperan de nosotros>>.
De
la trama no puedo –y no debo– decir más. De su prosa, casi todo se ha dicho.
Para muchos es un referente en el género del relato, y este libro es una
confirmación de su maestría como narrador de historias, no importa en qué
genero. Me sigue sorprendiendo la
precisión con la que narra, el ritmo y la musicalidad de cada capítulo; en esta historia, en concreto, el aire cinematográfico -a veces, muchas escenas me recuerdan al suspense de Alfred Hitchcock- y los adjetivos asfixiantes para situar al lector en ese
ambiente de ventiscas, de escasa luz y aparente armonía vecinal. Y, sobre
todo, su habilidad para que nada sea lo que a priori parece, como sucede en
esta estupenda novela.
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