Las librerías parisinas le rinden homenaje este mes |
El 7 de noviembre de 2013
se celebra el centenario del nacimiento de Albert Camus y llevo tiempo
queriendo escribir, a modo de humilde homenaje en mi Macondo particular, lo que
su literatura ha representado para mí. Me refiero, especialmente –aunque no de
manera única–, a la gran conexión entre El extranjero y El sol de Argel, mi
primera novela publicada. Es complicado escribir sobre el Camus novelista
dejando de lado al dramaturgo, al ensayista y al filósofo. Aunque él no se
consideraba filósofo, somos muchos los que sí creemos que su manera de
cuestionarse el mundo y el papel que los hombres de su tiempo jugaban en él,
bien merecen ese calificativo. En estos
tiempos de oscuridad en los que nos hayamos, muchas frases que nos dejó el
autor de La peste son como un rayo de
luz. Su obra, su prosa, la manera en que
entendía lo absurdo de la existencia, son hoy más necesarias que nunca. Corren
malos tiempos, y precisamente por eso es buen momento para leer (o releer, ¡qué
gran privilegio!) a Camus. ¿Por dónde empezar? Yo lo hice de la mano de su
Meursault…
Descubrí El
extranjero en primer año de carrera, un momento inolvidable en el que
estrenaba tantas cosas que hoy me parecen lejanas: ciudad, estudios, gente…Pocas novelas breves son tan perfectas y
contundentes como esa, que nos cuenta la historia de Meursault, un joven aparentemente
insensible, incapaz de sentirse parte del mundo. Un hombre que asiste al
entierro de su madre dominado por la indiferencia, y que será sometido a un
juicio moral. Conservo aún mi ejemplar de bolsillo –un libro prestado y que al
final nunca devolví a su dueño-, muy desgastado ya, repleto de anotaciones, de
reflexiones que a los dieciocho años me esforzaba por entender, sin saber que
aún necesitaría años para comprenderlas, para hacerlas mías a fuerza de
vivirlas. Porque El extranjero no es un libro que uno se lee y cierra. No. Una de
sus muchas virtudes es que es un libro que nos acompaña a lo largo de nuestra
vida, como las buenas obras. Recuerdo, cómo olvidarlo, la fuerza de su prosa a
través de esas frases cortas, contundentes, siempre tan lúcidas. Durante años,
en momentos complicados o especialmente nostálgicos, he releído esa obra y
siempre he encontrado detalles nuevos, ideas que se han enlazado con otras que
tenía previamente anotadas. La última vez que lo releí fue en 2011, mientras
escribía El sol de Argel.
<<Hubiera querido
tratar de explicarle cordialmente, casi con afecto, que yo nunca había podido
lamentar nada verdaderamente. Estaba siempre acaparado por lo que iba a
suceder, por hoy o por mañana>>.
Albert Camus, El
extranjero.
Siempre quise que en mi
primera novela, que también me ha acompañado durante muchos años –alzándose
poco a poco y en permanente batalla por un equilibrio que parecía que nunca iba
a conseguir–, estuviera muy presente la literatura en general, y Camus en
particular. Por casualidades de la vida, tenía yo 29 años en ese momento
incierto en el que, como tantos otros autores, empecé a creer en lo que escribía,
tras años de borradores y ejercicios para exorcizar a la hoja en blanco
acumulados al fondo de un cajón. Camus tenía 29 cuando en 1942 publicó L’Étranger, una obra llamada a marcar una
época. Y mientras escribía la novela, que por aquellos entonces no tenía
título, sabía cuál sería una de las ideas centrales de la historia:
“En
algún momento de nuestra vida, todos somos extranjeros de nosotros mismos”
Una frase que le dicen a
Martín, el protagonista de mi historia, cuando, totalmente desorientado, busca
respuestas para entender el suicido de su hermano gemelo idéntico. En medio de
esa búsqueda, un viaje al interior de tantas cosas, empezando por él mismo,
Martín se aferrará a El extranjero
como una suerte de guía para entender al hermano muerto:
<<A raíz de la mudanza,
también había cogido la costumbre de releer al azar pasajes de El extranjero,
al menos ya lo había leído un par de veces desde mi llegada. Era una especie de
obsesión que no terminaba de entender pero que, sin duda, había llegado para
quedarse, y yo estaba más que dispuesto a acogerlo en mi reducido espacio. Me maravillaba
que un libro tan breve como ese me ofreciera cada vez más lecturas sobre mi
hermano>>.
Concebí a Matías, el otro
protagonista de la novela, quien nada más arrancar la historia se suicida, como
un antihéroe, tal y como muchos críticos entienden a Meursault. Matías tiene, a
priori, todo para ser feliz: una carrera, una relación, una familia que le
apoya. Pero decide apartarse de todo, insensibilizarse. La apatía se adueña de
él y acaba convirtiéndose en un extranjero de sí mismo y de todos los que le
rodean. Al igual que le sucede a Meursault, Matías será juzgado por su familia,
especialmente por su hermano gemelo. Investigar lo sucedido, pero especialmente
juzgar, cuestionarse el modo de ser de Matías, es lo que hará el narrador de El
sol de Argel en ese viaje que comienza con a raíz de una muerte que nadie
espera ni comprende.
Mucha gente cree que El extranjero es un libro oscuro con el
que es difícil conectar. A mí me parece que es una historia que desprende
humanidad; eso sí, es imposible desligar la historia que narra del momento
histórico en el que fue concebida. Separar El
extranjero de la Europa de posguerra sería algo así como pretender que en
los periódicos españoles no apareciera en estos días la palabra crisis. Devastada tras dos cruentas guerras
mundiales, el escenario sobre el que se pasea Camus cuando llega a Europa procedente
de Argel hace pensar en la absurdez del destino. Y es que en tiempos
convulsos es imposible que el existencialismo no se pasee por delante de la
mente de los creadores. “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer
el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea aún
más grande: consiste en impedir que el mundo se deshaga”, diría en su discurso
al recibir el Premio Nobel, años más tarde.
En mi humilde homenaje a
esta grandísima novela me permití, además, jugar con los nombres de los
principales protagonistas. Todos comienzan por M., algo que comparten con
Meursault. Más allá de todo esto, la sombra es muy alargada: El extranjero es un clásico y una obra
que ha marcado a generaciones de lectores, un libro de vigencia cuyo mensaje
sigue siendo necesario hoy; por su parte, El sol de Argel es sólo un debut
literario lleno de luces y sombras, una primera piedra de un edificio aún sin
construir que es mi carrera literaria. Pero me siento moderadamente orgullosa
de haber sabido rendir este homenaje de manera atractiva. No es fácil
homenajear a alguien a quien admiras sin caer en la repetición, en la pesadez. Y
me permito decir que lo he hecho de manera atractiva porque mucha gente que no
había leído El extranjero lo ha hecho
después de asomarse a El sol de Argel.
Por desgracia, no es una obra que en mi generación se haya leído mucho. El tiempo
le ha hecho a Camus toda la justicia que merecía. Su temprana muerte no ha
impedido que hoy le recordemos, yo al menos, con tanta luminosidad como esas
playas de Argel que tanto cegaron a Meursault.
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Mi ejemplar de segunda mano y editado en los 60, comprado en París |
Yo no esperaré para volver
a Meursault, a Marie y a las playas de aguas cristalinas. En un reciente viaje
a París encontré –de nuevo, la vida nos demuestra la importancia de las
pequeñas cosas– en un puesto a orillas del Sena una bonita edición antigua que me traje de vuelta a Madrid. Será
especial leerlo por primera vez en el francés en el que fue escrito…
Aquí dejo dos enlaces a
dos reseñas muy queridas en las que se habla del juego entre El extranjero y El
sol de Argel.
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