Julio Cortázar (1914-1984) es para mí uno de los autores fundamentales de la historia
de la literatura. Sus manera de narrar, su amplio universo particular y su
forma de entender la escritura pueden gustar más o menos, pero jamás dejar
indiferente a aquel que se abandone a su literatura. Creo que hay ciertos
momentos en la vida que un lector siempre recuerda; por ejemplo, cuando se
cruza con un escritor de esta magnitud. En mi caso, sentí que todo lo que había
leído anteriormente quedaba en otro plano. Los lectores a veces somos así de
inflexibles. Subimos, bajamos, movemos en los estantes los libros que nos han
marcado. Cortázar tiene, en mi opinión, la fuerza de un terremoto, y como tal,
su obra es de las que deja huella.
En
estos tiempos, que vivimos tan pegados a las efemérides -como si, de alguna
manera, quisiéramos distanciarnos de nuestro presente evocando lo que ya pasó-,
uno no puede pasar por alto los aniversarios de ciertas publicaciones que
marcaron una época. Y Rayuela lo fue. Analizada desde infinitos puntos de
vista, pocas novelas han logrado el éxito de aunar el respeto de lectores,
críticos y escritores. Fue un libro exitoso en su momento, una obra rompedora,
con cierto toque surrealista, que bien merece todos los homenajes que en estos
días se suceden en medio mundo, el mundo hispano.
Se cumplen 50 años de la publicación de un libro que "es muchos libros; es la
experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura",
como contó el propio Cortázar. De
Rayuela se ha dicho tanto y tan bien que es imposible aportar nada nuevo. ¿Por
qué recomendarla? Sería más fácil preguntar: ¿por qué no recomendarla? Hablamos
de una historia que es un libro de cabecera para una generación, la del boom
latinoamericano; una suerte de Biblia que cambió la forma de entender lo que
era una novela. Pero, sin embargo, hablamos ante todo de páginas, páginas y más
páginas narradas con una maestría en la prosa que debería alejar cualquier
sombra de duda sobre si es un libro que merece llegar a la mesita de noche o quedarse en la estantería de las obras no leídas.
Quizás, lo mejor de la novela, al menos para
mí, es que contiene dentro muchas novelas, y que sus personajes son fascinantes
-¿quién podría olvidar a La Maga?- y el París que se recorre en sus páginas es
simplemente evocador y mítico. Y también, por qué no decirlo, porque Rayuela la
escribió Julio Cortázar, que ya era en sí mismo un personaje tan literario que,
si no hubiera nacido, estoy segura de que alguien le hubiese hecho nacer dentro de una historia.
Si hubiera que destacar algo malo sobre el
libro, ¿qué sería? En mi opinión, que Rayuela, como le ocurre a grandes novelas
como Cien años de soledad, no es un libro fácil. No todo el mundo puede seguir
los pasos a Horacio Oliveira en busca de La Maga, no todos los lectores
disfrutarían esta historia repleta de referencias al universo del jazz. Es un
libro que exige ese compromiso tan especial que surge cuando un lector abre la
primera página de un libro y se abandona a lo que el autor le cuenta.
Abandonarse a Rayuela es dejarse inundar por la musicalidad de las frases del
argentino, por la fuerza de París -un personaje más de la novela- y por la
omnipresencia de la música, casi siempre en constantes citas.
Abandonarse
a Rayuela es leer frases como esta y saber que algo ha cambiado en tu
trayectoria como lector:
“Y
por eso Gregorovius insistía en conocer el pasado de la Maga, para que se
muriera un poco menos de esa muerte hacia atrás que es toda ignorancia de las
cosas arrastradas por el tiempo”.
Creo,
sinceramente, que Rayuela puede ser a ratos compleja, quizás no apta para todos
los lectores, y que sus toques surrealistas y sus constantes referencias a
músicos de la época y otros temas artísticos pueden a veces sacar de la lectura
a una persona no muy habituada a ese tipo de narración. Toda obra innovadora,
destinada a romper moldes narrativos –y esta lo hizo– implica esos riesgos Pero por ello me parece una obra inolvidable.
Adentrarse en Rayuela es hacerlo en el mundo personal de Cortázar. Lector voraz,
con una grandísima inteligencia, ya desde el título de la obra el autor
argentino nos advierte de qué va todo el texto: un juego entre el lector y el
autor; un juego lleno de incursiones a lo onírico, a lo fantástico, a lo
geográfico –maravilloso recorrido por esa ciudad que parece no acabar nunca que
es París– y por supuesto a lo emocional.
Tal y como muchos juegos pueden jugarse de
varias maneras, o siguiendo diferentes estrategias, Rayuela puede leerse de
tres maneras. Cada una de ellas es especial y corresponde al lector abandonarse
a una de ellas.
Me gustó. Ya tienes un nuevo seguidor. Saludos :)
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